miércoles, 19 de mayo de 2010

"Don Alonso, que había salido del despacho con un periódico en una mano y una bujía en la otra, ha tornado a entrar. Y ya en él, se ha parado ante la mesa y ha cogido de ella un gran cuaderno de pliegos timbrados -que es un pleito que ha de fallar al día siguiente- y el pequeño volumen. Luego ha subido unas escaleras, ha gritado al pasar por delante de una alcoba:''¡María, mañana a las ocho!", y se ha metido en su cuarto. Y don Alonso ha comenzado a desnudarse. [...]

Ya está acostado don Alonso; entonces coge un momento los anchos folios del pleito y los va hojeando; pero debe ser un pleito fácil de decidir, porque el buen caballero deja punto de nuevo sobre la mesilla los papelotes. El diminutivo volumen está aguardando; don Alonso alarga la mano, lo atrapa y comienza su lectura. De las varias emociones que se han ido reflejando en el rostro avellanado del caballero, mientras iba leyendo el libro, no hablará el cronista, por miedo de dar excesivas proporciones a este relato. Pero sí ha de quedar consignado, para que llegue a conocimiento de los siglos venideros, que ya quebraba el alba cuando don Alonso ha terminado la lectura de este libro maravilloso, y que, luego de cerrado y colocado con tiento en la adjunta mesilla, el buen caballero -caso extraordinario- ha vuelto a coger el pleito repasado antes ligeramente y con descuido, y lo ha estado estudiando de nuevo con suma detención, hasta que una voz se ha oído en la puerta, que gritaba: "¡Alonso, son las ocho!"

Y aquí, lector amigo, pondremos punto a la primera parte de esta nunca oída y pasmosa historia."


Que Azorín reparte suerte mañana.

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